martes, 17 de febrero de 2015

UN DOMINGO MADRILEÑO

Me llamo Nicoletta, tengo diecisiete años y quería contar mi experiencia en el Erasmus Plus, proyecto apoyado por mi escuela, el Liceo Carlo Botta.
El intercambio con el instituto de Algete fue una experiencia única.
Por primera vez, tuve la oportunidad de hablar en español fuera de las clases y con alguien que no fuera uno de mis profesores o de mis compañeros.
Puedo decir que verdaderamente practiqué la lengua española, y me gustó muchísimo aplicar lo que he estudiado durante años en la escuela.
La primera vez que hablé en español con mi correspondiente, tenia miedo de cometer faltas y que ella no me comprendiera. Pero, aunque mi español no era de lo mejor, ella me entendía y también me ayudaba a corregir mis faltas. Me dijo que apreciaba muchísimo el esfuerzo que yo hacia, hablando una lengua que no era la que  estaba acostumbrada  a hablar.
Para alguien que estudia un idioma, creo que es fundamental esa experiencia directa con  nativos  y, sobretodo, es muy importante experimentar también la cultura.
Entrar en contacto con una familia madrileña fue algo maravilloso para mí. Ver como esas personas viven, entrar en su rutina.
Tengo que decir que mi familia española era y es la más maja de toda España.
Mi correspondiente, Alba, y yo, desde el principio descubrimos que teníamos muchas cosas en común.
Cuando vi por primera vez a Alba en el aeropuerto, su sonrisa empezaba en Galicia y terminaba en Cataluña. Me abrazó muy fuerte, algo que no es tan habitual donde vivo.
¡Nunca me había sentido tan apreciada! Cuando entré por primera vez en casa de los Abanades, de repente me pareció que había sido en mi casa. Aquellas personas eran tan  cariñosas, tan alegres…
Los padres de Alba son inimitables, siempre se ríen, y su hermanita Susi es genial: nunca he encontrado una chica de unos doce años tan enérgica. Y también estaban los abuelos, Jesús e Isabel: amables, como los abuelitos de los cuentos.
La comida del domingo fue el momento que más me gustó.
Descubrí que es verdad que los españoles empiezan comer entrantes cuando los italianos comen ya la fruta. Pero no fue algo malo comer a las tres y media de la tarde.
Susana preparó para mí el famoso “cocido madrileño”, algo riquísimo. Me gustó mucho y también aprendí una nueva palabra en castellano: garbanzos.
Me sentí verdaderamente parte de aquella familia tan maja y especial, riendo con ellos, comiendo chorizo y pollo y oyendo la diferencia entre el español de España que hablaba el abuelo Jesús, y el español de Argentina, que hablaba la abuela Isabel.
Cuando terminamos la comida y el dulce,  los abuelos me besaron más de una vez y papá, mamá, Susi, Alba y yo dormimos la siesta todos juntos en el enorme sofá. Eso de la siesta es algo que me gusta muchísimo: ¡me parece genial!
Después del descanso, fuimos a Madrid, para ir de compras con los amigos y terminar todos juntos aquel domingo madrileño que siempre tendré en mi corazón.





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