Me
llamo Nicoletta, tengo diecisiete años y quería contar mi experiencia en el
Erasmus Plus, proyecto apoyado por mi escuela, el Liceo Carlo Botta.
El
intercambio con el instituto de Algete fue una experiencia única.
Por
primera vez, tuve la oportunidad de hablar en español fuera de las clases y con
alguien que no fuera uno de mis profesores o de mis compañeros.
Puedo
decir que verdaderamente practiqué la lengua española, y me gustó muchísimo
aplicar lo que he estudiado durante años en la escuela.
La
primera vez que hablé en español con mi correspondiente, tenia miedo de cometer
faltas y que ella no me comprendiera. Pero, aunque mi español no era de lo
mejor, ella me entendía y también me ayudaba a corregir mis faltas. Me dijo que
apreciaba muchísimo el esfuerzo que yo hacia, hablando una lengua que no era la
que estaba acostumbrada a hablar.
Para
alguien que estudia un idioma, creo que es fundamental esa experiencia directa
con nativos y, sobretodo, es muy importante experimentar
también la cultura.
Entrar
en contacto con una familia madrileña fue algo maravilloso para mí. Ver como
esas personas viven, entrar en su rutina.
Tengo
que decir que mi familia española era y es la más maja de toda España.
Mi
correspondiente, Alba, y yo, desde el principio descubrimos que teníamos muchas
cosas en común.
Cuando
vi por primera vez a Alba en el aeropuerto, su sonrisa empezaba en Galicia y
terminaba en Cataluña. Me abrazó muy fuerte, algo que no es tan habitual donde
vivo.
¡Nunca
me había sentido tan apreciada! Cuando entré por primera vez en casa de los Abanades,
de repente me pareció que había sido en mi casa. Aquellas personas eran tan cariñosas, tan alegres…
Los
padres de Alba son inimitables, siempre se ríen, y su hermanita Susi es genial:
nunca he encontrado una chica de unos doce años tan enérgica. Y también estaban
los abuelos, Jesús e Isabel: amables, como los abuelitos de los cuentos.
La
comida del domingo fue el momento que más me gustó.
Descubrí
que es verdad que los españoles empiezan comer entrantes cuando los italianos
comen ya la fruta. Pero no fue algo malo comer a las tres y media de la tarde.
Susana
preparó para mí el famoso “cocido madrileño”, algo riquísimo. Me gustó mucho y
también aprendí una nueva palabra en castellano: garbanzos.
Me
sentí verdaderamente parte de aquella familia tan maja y especial, riendo con
ellos, comiendo chorizo y pollo y oyendo la diferencia entre el español de
España que hablaba el abuelo Jesús, y el español de Argentina, que hablaba la abuela
Isabel.
Cuando
terminamos la comida y el dulce, los
abuelos me besaron más de una vez y papá, mamá, Susi, Alba y yo dormimos la
siesta todos juntos en el enorme sofá. Eso de la siesta es algo que me gusta
muchísimo: ¡me parece genial!
Después
del descanso, fuimos a Madrid, para ir de compras con los amigos y terminar todos
juntos aquel domingo madrileño que siempre tendré en mi
corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario